"La Madre de Dios, que buscó afanosamente a su Hijo, perdido sin culpa de Ella, que experimentó la mayor alegría al encontrarle, nos ayudará a desandar lo andado, a rectificar lo que sea preciso cuando por nuestras ligerezas o pecados no acertemos a distinguir a Cristo. Alcanzaremos así la alegría de abrazarnos de nuevo a Él, para decirle que no le perderemos más.
(Fernández Carvajal, Francisco. Hablar con Dios. Tomo I. Página 378 y 379. Ediciones Palabra.)
"El Niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él.Sus padres subían todos los años a Jerusalén en el día solemne de la Pascua. Cuando cumplió Jesús los doce años, la edad en que un buen israelita empezaba a vivir los preceptos de la Ley, subieron los tres. De todos los pueblos salían en caravanas.Acabados los días de la fiesta se organizaron las comitivas de regreso: grupos de hombre y de mujeres de los pueblos que hacían la misma ruta, y los siempre correteando, ya con unos ya con otros.Al finalizar la primera jornada Jesús no apareció. José y María preguntaron a chicos y grandes, y nadie lo había visto por el camino; con el corazón roto de pena volvieron a Jerusalén. Lo buscaron angustiados, hasta que llegaron al templo en donde lo hallaron en una de las dependencias en las que los doctores de la ley instruían al pueblo que asistía. María y José se asomaron y allí lo vieron en medio de ellos, escuchándole y haciéndole preguntas. Todos se maravillaron de la inteligencia de sus respuestas. Se acercó María y le reprochó cariñosamente.
-Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo buscándote afligidos.
-¿Y por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en casa de mi Padre?
Pasó la adolescencia y se hizo joven. De José aprendió el oficio de artesano y, cuando éste murió, Jesús continuó en el taller hasta los treinta años". (Lucas 2, 40-52)